< PreviousDulce Reina de los Cielos, tierna Madre del Palmar. Las plegarias de tus hijos, acoge oh Madre con amor.como se merece, mientras que en el resto de la Iglesia se iba suprimiendo el honor a la Santísima Virgen, la estaban reti- rando de los camarines y del altar que presidía para irla a poner en un rincón. Aquí, en este desierto de El Palmar, se realizaban majestuosos Cultos, como siempre la Iglesia lo había practicado en todo el tiempo pasado. La iglesia roma- na vivió un momento de apostasía gene- ral y confusión. ¡Cuántos Sacerdotes se secularizaron! ¡Los Religiosos y Reli- giosas ya no practicaban las Reglas de sus Fundadores! Por eso, el Altísimo congregó a unos pocos fieles en este desierto del Lentisco de El Palmar de Troya, en un desierto que es, al mismo tiempo, Luz y Antor- cha y Manantial para la Iglesia. Lo que aparentemente es tierra árida, en la pro- fundidad es una tierra fecunda; porque produce hermosos frutos, los de ser fie- les y permanecer en la Fe y en la integri- dad católica y apostólica que hemos he- redado de nuestros antepasados. La Iglesia renovada A pesar de los obstáculos, en este de- sierto permanece la integridad de la Santa Fe Católica y Apostólica, por la misericordia de Dios. El Palmar de Tro- ya se ha convertido en piedra angular, porque permaneció firme a la doctrina tradicional de la Iglesia, nuestra madre. Y porque los grupos de peregrinos y de- votos que asiduamente vienen a este Sagrado Lugar han oído la Palabra de Dios y la han puesto en práctica. Por desgracia, en los tiempos de la decaden- cia de la iglesia romana, al ser guiada por inicuos pastores, la Doctrina se ha- bía falseado y ha tenido que venir la Rei- na de Cielos y Tierra para decir: ¡Volved a predicar la Auténtica Doctrina que conserva el Sagrado Depósito de la Igle- sia! Y ¿cómo había de defenderse esa Doctrina? Formando el Señor un Cole- gio Episcopal, un Colegio de Apóstoles que estuviesen dispuestos a dar la vida por Cristo en defensa de la Fe Católica.El 23 de diciembre de 1975, por man- dato de Nuestro Señor Jesucristo, el en- tonces Clemente Domínguez y Gómez fundó la Orden de los Carmelitas de la Santa Faz. Los miembros de la Orden de los Carmelitas de la Santa Faz son los Apóstoles Marianos de los Últimos Tiempos, llamados también Crucíferos. Es la última y única Orden Religiosa de los Últimos Tiempos, y la verdadera continuadora de la Orden del Monte Carmelo fundada por el Santo Profeta Elías y después reformada por la insigne Doctora Santa Teresa de Jesús. En la Orden de los Carmelitas de la Santa Faz se contiene el espíritu de todas las demás Órdenes Religiosas fundadas a través de la historia de la Iglesia. La Orden de los Carmelitas de la Santa Faz consta de tres ramas: La primera, los religiosos; la segunda, las religiosas; y la tercera, los fieles terciarios. Todos los miembros de la Iglesia Una, Santa, Católica, Apostó- lica y Palmariana pertenecen, cada uno en su rama, a esta última Orden Religio- sa. Así como la antigua Orden Carmeli- tana preparó la Primera Venida de Cris- to como Mesías, la Orden de los Carme- litas de la Santa Faz prepara la Segunda Venida de Cristo para juzgar a todos y establecer el Reino Mesiánico. La Or- den de los Carmelitas de la Santa Faz tiene como misiones primordiales la de preparar el Segundo Advenimiento de Cristo y la de luchar tenazmente contra el Anticristo y sus huestes infernales. El 1 de enero de 1976, en el Sagrado Lugar del Lentisco de El Palmar de Tro- ya, Clemente Domínguez y Gómez y Manuel Alonso Corral fueron ordena- dos Sacerdotes por el Arzobispo San Pedro Martín Ngô-dinh Thuc, y el 11 de enero del mismo año, fueron consagra- dos Obispos por el mismo Jerarca, que vino desde Roma para cumplir tan tras- cendental misión. Tras su consagración como Obispo, el Padre Clemente Do- mínguez ordenó y consagró a muchos, formando así el Colegio Episcopal Pal- mariano. Todo ello fue motivo de una te-Iglesia Una, Católica, Apostólica Palmarianarrible persecución, promovida por la je- rarquía eclesiástica oficial romana, hasta el punto de que el Padre Clemente Do- mínguez, el 6 de abril de 1976, salió des- terrado de España, junto con el Padre Manuel Alonso y otros de sus Obispos y religiosos, por orden de un juez de Utre- ra, debido a la constante presión del apóstata cardenal de Sevilla José María Bueno Monreal, feroz perseguidor de las Apariciones de El Palmar de Troya, a pesar de las muchas pruebas que tuvo de la veracidad de dichas Apariciones. El 29 de mayo de 1976, en uno de sus incansables viajes apostólicos, el Padre Clemente Domínguez perdió sus dos ojos en un accidente automovilístico, lo cual fue para él de inimaginable sufri- miento. No obstante, como ciego, conti- nuó con la misma intensidad apostólica por España, otras naciones de Europa y de América, proclamando en sus sermo- nes la Verdadera Fe, la Tradición y la Santa Moral, defendiendo enérgicamen- te al Papa San Pablo VI, combatido por progresistas y tradicionalistas, y denun- ciando principalmente las herejías y co- rrupciones propagadas por cardenales y obispos desde el Vaticano y distintas diócesis. En 1976, Nuestro Señor Jesu- cristo, en una de sus maravillosas apari- ciones, prometió al Padre Clemente el Papado, el Primado de la Iglesia, con es- tas palabras: «Tu serás el futuro Pedro. El Papa que consolidará la Fe y la inte- gridad en la Iglesia, luchando contra las herejías con gran fuerza, porque te asis- tirán legiones de Ángeles… El Gran Papa Gregorio, la Gloria de las Oli- vas…». El Obispo Primado de El Pal- mar de Troya, primero como Padre Cle- mente y después con el nombre religioso de Padre Fernando, era la voz que cla- maba en la Iglesia en nombre del Sumo Pontífice Romano, al cual no le era per- mitido hablar ni actuar libremente. Por voluntad expresa de Dios, y hasta la muerte del Papa San Pablo VI, el Obis- po Padre Fernando ocupó la altísima dignidad de Vicevicario de Cristo en la Iglesia. El 1 de enero de 1977, el Obispo Padre Clemente coronó canónicamente a la Sagrada Imagen que hoy preside en el camarín del Lentisco con el título de Nuestra Madre del Palmar Coronada. El Señor formó el Colegio Episcopal en El Palmar de Troya en unión con el Romano Pontífice, Pablo VI, y siguien- do la sucesión apostólica. Así el Señor cumple su promesa de asistir a su Iglesia hasta la consumación de los siglos. Du- rante todos estos siglos ha ido asistiendo a su Iglesia de mil maneras: Ésta es una de las maneras de asistencia de Cristo a la Iglesia. Cristo no abandona a su Igle- sia. Cristo está con la Iglesia. Por lo cual, no ha de extrañar que, cuando tan- tos pastores con mitras y báculos prego- naban contra la doctrina verdadera, cuando tantos obispos no predicaban sobre María, no ha de extrañar que el Señor haya formado ese Colegio de Obispos para que predicaran lo que la Iglesia siempre ha predicado. ¡Cuántos enemigos de Cristo hubo dentro de la Iglesia, revestidos de mitra y báculo! A qué extremo llegó la maldad dentro de la Iglesia. Ese Colegio Episcopal Palmariano que se honra en llamarse Obispos Ma- rianos, predicaba sobre María en todo lugar y salía al paso contra las doctrinas heréticas que se introducían dentro de la Iglesia, y alzaba su voz potente contra tantos enemigos infiltrados dentro de la Iglesia, dispuesto a dar la vida en defen- der la Verdad Católica, en defender la Doctrina de Cristo, en defender las Glo- rias de María, para defender la Fe en la integridad Católica y Apostólica, plena-¡Santa, Santa, Santa, eres, oh María! Madre de Dios y siempre Virgen!mente sometido al Papa San Pablo VI, último Papa en Roma. Ya estaba anunciado en las Sagradas Escrituras en que llegaría un tiempo en que la Sana Doctrina no se soportaría y surgirían falsos doctores, falsos profetas y falsos pastores. Esos falsos pastores que hubo dentro de la Iglesia, negaron la verdad de El Palmar de Troya. Sin embargo, hay mayores motivos para du- dar de la validez de la consagración episcopal de muchos de esos obispos progresistas, porque no se sabe si hubo intención en el consagrante o en los que recibieron el Sacramento, debido a la in- filtración masónica dentro de la Iglesia, pues son enemigos de la Iglesia disfraza- dos de pastores. Entonces, puestos cara a cara ante Dios, examinemos y pregun- temos al Señor: ¿dónde están tus au- ténticos pastores? No tardará mucho en daros la respuesta: Ahí los tenéis en El Palmar. ¡Cuántos ‘obispos’ y ‘sacerdo- tes’ en esos tiempos postconciliares se dedicaban, en sus predicaciones domini- cales, a hablar de política, sociología y de lo socioeconómico, olvidando hablar de las Verdades Eternas; olvidando ha- blar de las Glorias de María, de las pre- rrogativas que Dios ha concedido a esta Excelsa Señora! Y ¡cuántos obispos de brazos cruzados permitían que tantos ‘sacerdotes’ extendiesen por todo lugar falsas doctrinas! Había ‘sacerdotes’ en esos tiempos que negaban la existencia del Infierno. Y todos sabemos que la existencia del Infierno es dogmática, por cuanto el mismo Cristo en el Santo Evangelio habla reiteradas veces del fuego eterno. Y ¡cuántos negaron la pre- sencia real de Cristo en la Eucaristía en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad! ¡Y tantos otros Dogmas como negaban! ¡Tanta doctrina corrompida! Se pidió a los Sacerdotes tradiciona- listas extendidos por todas partes, a re- vestirse de valentía, abandonar sus pa- gas y su vida de comodidad y venir a este Lugar, la Cátedra, la Luz y la An- torcha de la Iglesia, y que estuviesen dispuestos a recibir la Consagración Episcopal para defender a la Iglesia. Mas hubo muchos Sacerdotes acomoda- dizos en las distintas ciudades, en sus Parroquias, Catedrales, que sabían que la mentira se había infiltrado dentro de la Iglesia, y estaban callados por cobar- día, sabiendo que tan culpable es el que extiende la falsa doctrina como el que la permite. Fueron cobardes y la cobardía es aún peor que la falsedad de los pasto- res inicuos de entonces. Un Sacerdote, que sabe que están enseñando la false- dad, que sabe que corrompen la Doctri- na, y sigue tan tranquilo en su puesto, cobrando su paga y estando cómodo y sin preocupaciones, no es digno del Reino de los Cielos. Porque a Cristo hay que seguirle hasta el último momento de aliento que tengamos; y, si es preciso, hasta que derramemos hasta la última gota de sangre. Perdiendo toda comodi- dad, perdiendo toda amistad, si es nece- sario. En una palabra: perderlo todo, humanamente hablando, para ganar el Cielo. ¡Cuántos sacerdotes cobardes habrá en el infierno! Porque no hay derecho a que un Sacerdote permanezca calla- do viendo tanta falsedad como había, y permitiendo tanta corrupción, tanta inde- cencia dentro de los Templos, tanta impureza, sin revestirse de valor y aceptar la cruz. Se levantaron unos pocos Sacerdotes tradicionalistas, que con valor y espíritu del martirio, vinieron a El Palmar de Troya y recibieron la consagración epis- copal, como sucesión a los Após- toles, unidos a la cabeza, entonces el Papa Pablo VI; fueron los pocos que reconocieron la Palabra de Dios dada en este Sagrado Lugar por medio de po- bres instrumentos, pobres y débiles pe- cadores. Aceptaron la cruz, la persecu- ción, y defendieron la integridad de la Fe Católica, Apostólica y Romana, de- fendieron las prerrogativas de la Virgen María, nuestra Madre. Abandonaron sus puestos de comodidad y vinieron a este lugar de incomprensión, a este lu- gar de persecución. La Iglesia, socavada por falsos pasto- res, vivía una crisis de confusión, de error, de división, herejías, apostasía. La Nave andaba recibiendo tempestades como nunca había recibido. Sólo un pe- queño grupo conservaba la integridad en la Fe. Era necesario que El Palmar de Troya restableciera la Santa Tradición de la Iglesia, la Santa Doctrina, la Fe Católica. Los Obispos del Palmar lucha- ron por defender la Iglesia y, sobre Next >